Es mostren els missatges amb l'etiqueta de comentaris leo luego escribo. Mostrar tots els missatges
Es mostren els missatges amb l'etiqueta de comentaris leo luego escribo. Mostrar tots els missatges

dilluns, 2 d’abril del 2012

El show de la cooperació

"....En el siglo XXI, el bombardeo de los mensajes solidarios nos llega cuando menos lo esperamos, en cualquier lugar: en las páginas de Internet cuando queremos leer el correo, en los márgenes del periódico cuando consultamos las noticias, en la pantalla de la tele cuando tratamos de ver una película, en las estaciones cuando esperamos el metro, en las latas de refresco cuando queremos aliviar la sed...
La efectividad de la recaudación depende del impacto emocional de la publicidad: son necesarias altas dosis de culpabilización para lograr óptimos niveles de cotización. La culpabilización empieza con una cuidadosa presentación del continente africano basada en el miserabilismo. Las llagas, los vientres hinchados, los mutilados, los niños soldados, las sequías, los campos de refugiados y los buitres son de gran utilidad en las campañas de marketing: estropean la cena de los occidentales y los ponen a punto para la campaña recaudatoria.
Las ONG (y los organismos internacionales) se han convertido en los mediadores perfectos entre la cuenta corriente de los ciudadanos del Norte y su tranquilidad de espíritu. Auténticos terapeutas de grupo, psicoanalizan a la sociedad de la abundancia y le devuelven el bienestar mediante la catarsis del pago.
Cuando Acción Contra el Hambre habla de «involucrar a los ciudadanos en la lucha contra el hambre»,se refiere únicamente a obtener más donaciones. Un folleto de la Cruz Roja destinado a la ayuda al desarrollo invitaba a sus lectores a rellenar un impreso de donación bancaria con un lema no exento de cinismo: «Ahora tienes la ocasión de sacar lo mejor de ti. Y de expresar toda la solidaridad que llevas dentro». Lo mejor de cada uno, obviamente, es su dinero.
La clave para que todo este mecanismo funcione de forma eficaz es que el donante nunca sepa exactamente qué se hace con su dinero. Él quiere creer que gracias a su donación hay una fuente en un rincón perdido del Sahel, o que se ha erradicado una enfermedad extraña en algún país selvático... No quiere saber que la fuente se ha secado por falta de mantenimiento, ni que las vacunas han resultado ser ineficaces porque no hay neveras donde conservarlas. No desea que se le hable de la dificultad de crear infraestructuras sanitarias, ni de la escasa gobernabilidad de los países africanos, ni del expolio de sus recursos... Elcliente de la solidaridad paga por la satisfacción de saber que «se hace alguna cosa», y su fidelidad está garantizada mientras esta ilusión se mantenga. El desarrollo de África no es su prioridad, y las ONG lo saben. La propaganda simple y muy emotiva es útil porque evita cualquier cuestionamiento intelectual sobre lo que realmente se está haciendo. Es mucho más fácil hacer publicidad sobre el gran número de contenedores que se está enviando al Tercer Mundo que explicar qué se hará exactamente con este material...."



Blanco bueno busca negro pobre. Gustau Nerín



Por que........esto es Africa???






dijous, 20 de gener del 2011

Serán cenizas

No sé cómo se llama el volcán que ensucia el cielo español desde hace tanto tiempo. No me refiero al de Islandia, ni al que paraliza aeropuertos, no me refiero al volcán que impide los viajes europeos y no deja que los grupos de música folk lleguen a Madrid, ni que los sábados nos vayamos de concierto.

Aquí hablo del volcán negro. De la España profunda y conservadora. De ese aire de cenizas que cubre nuestro pasado e impide dar respuestas para el futuro. Hablo del volcán de la justicia. Del franquismo intacto. De Garzón castigado. Yo pertenezco a una generación que poco sabe. Jamás me dijero cuántos muertos, o cuántas fosas, o cúanta memoria nos quedan por salvar. Somos nietos o biznietos de la guerra, de esa historia lejana que, sin embargo, nos inunda día a día en las noticias.

Mi prima de 10 años me pregunta qué es un dictador. Yo le respondo: ¿Qué crees tú?

- Un señor que manda y grita, un señor que no nos deja hacer lo que queremos y que piensa que todo tiene que ser como él.

Quizás Irina no necesite que nadie le explique lo que es una dictadura tanto como esos Justicieros que permiten la Injusticia. Pues esto ya no es venganza. Ya no son sólo dos Españas para una generación como la nuestra, en la que ya no nos quedan bisabuelos. ¿Por qué impedir esa arqueología del alma? Arqueología de lo que en realidad fuimos. Para saber lo que seremos. Y luego los falangistas recordando que a pesar de los años siguen aquí. Y esas manos levantadas, que dan tanto miedo, contradiciendo la libertad que buscamos ¿qué significan?

Y el recuerdo, digo, de que seguimos aquí, bajo la triste ceniza de nuestro propio volcán.


*Luna Miguel, Público (martes 27 abril 2010)
 
 
 

dissabte, 6 de novembre del 2010

La nostalgia-ignorancia....

En griego, "regreso" se dice nostros. Algos significa "sufrimiento". La nostalgia es, pues, el sufrimiento causado por el deseo incumplido de regresar. La mayoria de europeos puede emplear para esta noción fundamental una palabra de origen griego (nostalgia) y, además, otras palabras con raíces en la lengua nacional: en español decimos "añoranza!; en portugués, saudade. En cada lengua estas palabras poseen un matiz semántico distinto. Con frecuancia tan sólo significan la tristeza por la imposibilidad de regresar a la propia tierra. Morriña del terruño. Morriña del hogar....
En español, "añoranza" proviene del verbo "añorar", que proviene a su vez del catalán "enyorar", derivado del verbo latino ignorare (ignorar, no saber algo). A la luz de esta etimologia, la nostalgia se nos revela como el dolor de la ignorancia. Estas lejos, y no sé qué es de ti....


Milan Kundera - La ignorancia-

divendres, 5 de novembre del 2010

Casa Tomada

Nos gustaba la casa porque aparte de espaciosa y antigua (hoy que las casas antiguas sucumben a la mas ventajosa liquidación de sus materiales) guardaba los recuerdos de nuestros bisabuelos, el abuelo paterno, nuestros padres y toda la infancia.

Nos habituamos Irene y yo a persistir solos en ella, lo que era una locura pues en esa casa podían vivir ocho personas sin estorbarse. Hacíamos la limpieza por la mañana, levantándonos a las siete, y a eso de las once yo le dejaba a Irene las ultimas habitaciones por repasar y me iba a la cocina. Almorzábamos al mediodía, siempre puntuales; ya no quedaba nada por hacer fuera de unos platos sucios. Nos resultaba grato almorzar pensando en la casa profunda y silenciosa y como nos bastábamos para mantenerla limpia. A veces llegábamos a creer que era ella la que no nos dejo casarnos. Irene rechazo dos pretendientes sin mayor motivo, a mi se me murió María Esther antes que llegáramos a comprometernos. Entramos en los cuarenta años con la inexpresada idea de que el nuestro, simple y silencioso matrimonio de hermanos, era necesaria clausura de la genealogía asentada por nuestros bisabuelos en nuestra casa. Nos moriríamos allí algún día, vagos y esquivos primos se quedarían con la casa y la echarían al suelo para enriquecerse con el terreno y los ladrillos; o mejor, nosotros mismos la voltearíamos justicieramente antes de que fuese demasiado tarde.

Irene era una chica nacida para no molestar a nadie. Aparte de su actividad matinal se pasaba el resto del día tejiendo en el sofá de su dormitorio. No se porque tejía tanto, yo creo que las mujeres tejen cuando han encontrado en esa labor el gran pretexto para no hacer nada. Irene no era así, tejía cosas siempre necesarias, tricotas para el invierno, medias para mi, mañanitas y chalecos para ella. A veces tejía un chaleco y después lo destejía en un momento porque algo no le agradaba; era gracioso ver en la canastilla el montón de lana encrespada resistiéndose a perder su forma de algunas horas. Los sábados iba yo al centro a comprarle lana; Irene tenía fe en mi gusto, se complacía con los colores y nunca tuve que devolver madejas. Yo aprovechaba esas salidas para dar una vuelta por las librerías y preguntar vanamente si había novedades en literatura francesa. Desde 1939 no llegaba nada valioso a la Argentina. Pero es de la casa que me interesa hablar, de la casa y de Irene, porque yo no tengo importancia. Me pregunto qué hubiera hecho Irene sin el tejido. Uno puede releer un libro, pero cuando un pullover está terminado no se puede repetirlo sin escándalo. Un día encontré el cajón de abajo de la cómoda de alcanfor lleno de pañoletas blancas, verdes, lila. Estaban con naftalina, apiladas como en una mercería; no tuve valor para preguntarle a Irene que pensaba hacer con ellas. No necesitábamos ganarnos la vida, todos los meses llegaba plata de los campos y el dinero aumentaba. Pero a Irene solamente la entretenía el tejido, mostraba una destreza maravillosa y a mi se me iban las horas viéndole las manos como erizos plateados, agujas yendo y viniendo y una o dos canastillas en el suelo donde se agitaban constantemente los ovillos. Era hermoso.

Cómo no acordarme de la distribución de la casa. El comedor, una sala con gobelinos, la biblioteca y tres dormitorios grandes quedaban en la parte mas retirada, la que mira hacia Rodríguez Peña. Solamente un pasillo con su maciza puerta de roble aislaba esa parte del ala delantera donde había un baño, la cocina, nuestros dormitorios y el living central, al cual comunicaban los dormitorios y el pasillo. Se entraba a la casa por un zaguán con mayólica, y la puerta cancel daba al living. De manera que uno entraba por el zaguán, abría la cancel y pasaba al living; tenía a los lados las puertas de nuestros dormitorios, y al frente el pasillo que conducía a la parte mas retirada; avanzando por el pasillo se franqueaba la puerta de roble y mas allá empezaba el otro lado de la casa, o bien se podía girar a la izquierda justamente antes de la puerta y seguir por un pasillo mas estrecho que llevaba a la cocina y el baño. Cuando la puerta estaba abierta advertía uno que la casa era muy grande; si no, daba la impresión de un departamento de los que se edifican ahora, apenas para moverse; Irene y yo vivíamos siempre en esta parte de la casa, casi nunca íbamos más allá de la puerta de roble, salvo para hacer la limpieza, pues es increíble como se junta tierra en los muebles. Buenos Aires será una ciudad limpia, pero eso lo debe a sus habitantes y no a otra cosa. Hay demasiada tierra en el aire, apenas sopla una ráfaga se palpa el polvo en los mármoles de las consolas y entre los rombos de las carpetas de macramé; da trabajo sacarlo bien con plumero, vuela y se suspende en el aire, un momento después se deposita de nuevo en los muebles y los pianos.

Lo recordaré siempre con claridad porque fue simple y sin circunstancias inútiles. Irene estaba tejiendo en su dormitorio, eran las ocho de la noche y de repente se me ocurrió poner al fuego la pavita del mate. Fui por el pasillo hasta enfrentar la entornada puerta de roble, y daba la vuelta al codo que llevaba a la cocina cuando escuché algo en el comedor o en la biblioteca. El sonido venia impreciso y sordo, como un volcarse de silla sobre la alfombra o un ahogado susurro de conversación. También lo oí, al mismo tiempo o un segundo después, en el fondo del pasillo que traía desde aquellas piezas hasta la puerta. Me tire contra la pared antes de que fuera demasiado tarde, la cerré de golpe apoyando el cuerpo; felizmente la llave estaba puesta de nuestro lado y además corrí el gran cerrojo para más seguridad.

Fui a la cocina, calenté la pavita, y cuando estuve de vuelta con la bandeja del mate le dije a Irene:

-Tuve que cerrar la puerta del pasillo. Han tomado parte del fondo.
Dejó caer el tejido y me miró con sus graves ojos cansados.
-¿Estás seguro?
Asentí.
-Entonces -dijo recogiendo las agujas- tendremos que vivir en este lado.

Yo cebaba el mate con mucho cuidado, pero ella tardó un rato en reanudar su labor. Me acuerdo que me tejía un chaleco gris; a mi me gustaba ese chaleco.

Los primeros días nos pareció penoso porque ambos habíamos dejado en la parte tomada muchas cosas que queríamos. Mis libros de literatura francesa, por ejemplo, estaban todos en la biblioteca. Irene pensó en una botella de Hesperidina de muchos años. Con frecuencia (pero esto solamente sucedió los primeros días) cerrábamos algún cajón de las cómodas y nos mirábamos con tristeza.

-No está aquí.

Y era una cosa mas de todo lo que habíamos perdido al otro lado de la casa.

Pero también tuvimos ventajas. La limpieza se simplificó tanto que aun levantándose tardísimo, a las nueve y media por ejemplo, no daban las once y ya estábamos de brazos cruzados. Irene se acostumbró a ir conmigo a la cocina y ayudarme a preparar el almuerzo. Lo pensamos bien, y se decidió esto: mientras yo preparaba el almuerza, Irene cocinaría platos para comer fríos de noche. Nos alegramos porque siempre resultaba molesto tener que abandonar los dormitorios al atardecer y ponerse a cocinar. Ahora nos bastaba con la mesa en el dormitorio de Irene y las fuentes de comida fiambre.

Irene estaba contenta porque le quedaba mas tiempo para tejer. Yo andaba un poco perdido a causa de los libros, pero por no afligir a mi hermana me puse a revisar la colección de estampillas de papa, y eso me sirvió para matar el tiempo. Nos divertíamos mucho, cada uno en sus cosas, casi siempre reunidos en el dormitorio de Irene que era más cómodo. A veces Irene decía:

-Fijate este punto que se me ha ocurrido. ¿No da un dibujo de trébol?

Un rato después era yo el que le ponía ante los ojos un cuadradito de papel para que viese el mérito de algún sello de Eupen y Malmédy. Estábamos bien, y poco a poco empezábamos a no pensar. Se puede vivir sin pensar.

(Cuando Irene soñaba en alta voz yo me desvelaba en seguida. Nunca pude habituarme a esa voz de estatua o papagayo, voz que viene de los sueños y no de la garganta. Irene decía que mis sueños consistían en grandes sacudones que a veces hacían caer el cobertor. Nuestros dormitorios tenían el living de por medio, pero de noche se escuchaba cualquier cosa en la casa. Nos oíamos respirar, toser, presentíamos el ademán que conduce a la llave del velador, los mutuos y frecuentes insomnios.

Aparte de eso todo estaba callado en la casa. De día eran los rumores domésticos, el roce metálico de las agujas de tejer, un crujido al pasar las hojas del álbum filatélico. La puerta de roble, creo haberlo dicho, era maciza. En la cocina y el baño, que quedaban tocando la parte tomada, nos poníamos a hablar en vos mas alta o Irene cantaba canciones de cuna. En una cocina hay demasiados ruidos de loza y vidrios para que otros sonidos irrumpan en ella. Muy pocas veces permitíamos allí el silencio, pero cuando tornábamos a los dormitorios y al living, entonces la casa se ponía callada y a media luz, hasta pisábamos despacio para no molestarnos. Yo creo que era por eso que de noche, cuando Irene empezaba a soñar en alta voz, me desvelaba en seguida.)

Es casi repetir lo mismo salvo las consecuencias. De noche siento sed, y antes de acostarnos le dije a Irene que iba hasta la cocina a servirme un vaso de agua. Desde la puerta del dormitorio (ella tejía) oí ruido en la cocina; tal vez en la cocina o tal vez en el baño porque el codo del pasillo apagaba el sonido. A Irene le llamo la atención mi brusca manera de detenerme, y vino a mi lado sin decir palabra. Nos quedamos escuchando los ruidos, notando claramente que eran de este lado de la puerta de roble, en la cocina y el baño, o en el pasillo mismo donde empezaba el codo casi al lado nuestro.

No nos miramos siquiera. Apreté el brazo de Irene y la hice correr conmigo hasta la puerta cancel, sin volvernos hacia atrás. Los ruidos se oían mas fuerte pero siempre sordos, a espaldas nuestras. Cerré de un golpe la cancel y nos quedamos en el zaguán. Ahora no se oía nada.

-Han tomado esta parte -dijo Irene. El tejido le colgaba de las manos y las hebras iban hasta la cancel y se perdían debajo. Cuando vio que los ovillos habían quedado del otro lado, soltó el tejido sin mirarlo.

-¿Tuviste tiempo de traer alguna cosa? -le pregunté inútilmente.
-No, nada.

Estábamos con lo puesto. Me acordé de los quince mil pesos en el armario de mi dormitorio. Ya era tarde ahora.

Como me quedaba el reloj pulsera, vi que eran las once de la noche. Rodeé con mi brazo la cintura de Irene (yo creo que ella estaba llorando) y salimos así a la calle. Antes de alejarnos tuve lástima, cerré bien la puerta de entrada y tiré la llave a la alcantarilla. No fuese que algún pobre diablo se le ocurriera robar y se metiera en la casa, a esa hora y con la casa tomada.


Julio Cortázar

dissabte, 19 de juny del 2010

Los Nadies

Sueñan las pulgas con comprarse un perro, y sueñan los nadies con salir de pobres, que algún mágico dia llueva de pronto la buena suerte, que llueva a cántaros la buena suerte; pero la buena suerte no llueve ayer, ni hoy, ni mañana ni nunca, ni en lloviznita cae del cielo la buena suerte, por mucho que los nadies la llamen y aunque les pique la mano izquierda o se levanten con el pie derecho, o empiezen el año cambiando de escoba.
Los nadies: Los hijos de nadie, los dueños de nada.
Los nadies: Los ningunos, los ninguneados, corriendo la liebre, muriendo la vida, jodidos, rejodidos:
Que no son, aunque sean.
Que no hablan idiomas, si no dialectos.
Que no profesan religiones, si no supersticiones.
Que no hacen arte, si no artesania.
Que no practican cultura, si no folkore.
Que no son seres humanos, si no recursos humanos.
Que no tienen cara, si no brazos.
Que no tienen nombre, si no número.
Que no figuran en la historia universal, si no en la crónica roja de la prensa local.
Los nadies, que cuestan menos que la bala que los mata.


Eduardo Galeano, El libro de los abrazos